El protagonista de Mala suerte si ando solo comparte con el lector la evocación de su vida azarosa. No es una vida cualquiera: desde chico ha vivido al margen de la ley y hoy, a sus setenta años, se encuentra solo con sus recuerdos. No se queja, sabe que él mismo cosechó lo que ha sembrado: no tener a nadie que lo quiera ni a quien querer.
Narra con mirada escéptica el mundo del que fue partícipe: mujeres, excesos, asesinatos, pero también amores, alianzas y muy pocos amigos. No cualquier persona se define así mismo como un verdadero delincuente, pero nuestro personaje lo hace: Lo que abunda en estos pagos es el oficio de delincuente, pero la profesión de delincuente escasea. Y explica con habilidad esa diferencia. Se trata de un hombre inteligente y bien parecido que proviene de un barrio humilde donde sobrevive el más fuerte, y que siempre fue consciente a dónde quería llegar y de qué modo lo conseguiría.
Con la palabra justa, sin regodeos ni desmesuras, Alaniz cuenta las memorias de este hombre del hampa, que se ha hecho a sí mismo con valentía pero sin escrúpulos, y que justifica su accionar en un mundo donde el ajuste de cuentas siempre desencadena un nuevo crimen.