La tradición melancólica es un cúmulo de discursos, de imágenes, de objetos y de ruinas que acompaña en contrapunto a la historia del pensamiento y los ideales de occidente, interpelándolos y contaminándolos. Un extenso dispositivo en el que se desnaturalizan los límites entre lo alto y lo bajo, los mayores bienes y los excedentes repudiados, lo eminente y lo superfluo. Por exceso de entusiasmo o por desidia construye vastos tratados, museos, catálogos, bibliotecas y teatros fantasmales que desconocen los órdenes convencionales del buen gusto y de la mesura. Allí Inscribe y conserva, mezclados y arrumbados a lo largo de las épocas, los rastros de las pasiones en los cuerpos y el percutir del tiempo que los devora.
Los textos freudianos -y tal vez también la práctica de un análisis- pueden leerse como una manera de recibir esta tradición e inventar un modo de rescatar lo que se hereda de la amenaza del agobio. De extraer destellos de verdad de las escenas, las figuras y los objetos melancólicos antes de que se confundan nuevamente con el fondo turbulento del tiempo del que han surgido.