Nuestros tiempos son tiempos en los que las formas del poder se han reconciliado con la persecución, con la segregación y el racismo, con el ansia de conquista que lleva adelante las prácticas de guerra en el mercado y en la guerra y con el concomitante saqueo indiscriminado a escala planetaria. Los liderazgos no rehúyen las maneras extravagantes y bufonescas; un sicariato gobierna al país según la antigua y feroz tradición de “ajustar cuentas”, mientras cultiva un grotesco patético que no deja a salvo la lengua.
“Aquellos que pretenden saberlo todo y resolverlo todo acaban por matar” (A. Camus, 1948). La farsa, aunque lleve a la tragedia, tiene un poder de captura irresistible, fascina y arrastra multitudes. Prevalecen las prácticas políticas de odio despiadado, pero eso no vuelve inocente al amor y habrá que concederle su parte a la idealización colectiva cuando alcanza desenfrenos fanáticos.