Alguna vez escribí: “si no pudiera decirlo, este poema me comería las entrañas sin misericordia alguna. En lo que a mí respecta, la poesía es solo cuestión de supervivencia”. Siento en la poética de Paul Bravo esta misma urgencia expresiva, casi instintiva. Hay en ella una imperiosa cualidad vital que la atraviesa. A veces la desborda. Siempre la rescata.
Paul le pide todo a la poesía. Le pide que lo acompañe, que no lo abandone. Que lo consienta y que le falle. Le pide que lo salve. Que justifique sus faltas y que perdone nuestros pecados; entre tantas otras cosas, le pide que sea su anhelo y, en el transcurso, su consuelo. Y parece estar dispuesto a darlo todo, menos, quizás, lo que aún no le pide. La tensión de esta paradoja nutre su búsqueda. Porque la poesía de Paul Bravo es, sobre todo, una búsqueda; que camina siempre al filo de una metáfora ausente. En esa búsqueda se expone desnudo, sin adornos ni disimulos, con todo lo que tiene y todo lo que le falta.
Una búsqueda a cielo abierto
en el pecho, que exuda.
(le pide a la poesía, ser lluvia que lave).
Mariano Echelini