Lo digo, y lo repetiré incansablemente, hay que desconfiar de una psiquiatría que suprime la melancolía como concepto, como nombre de enfermedad, para distribuirla en síntomas puestos bajo otras etiquetas. Esa es la práctica del DSM (Diagnostical Statistical Manual, para no nombrarlo), en sus diversas ediciones. Yo temo a quienes confían en él. Ellos rechazan la cultura como inútil para sus reflexiones. Sí, las Musas tienen razones de llevar duelo, para hablar como Burton: pero los pacientes también.
Mucho me cuido de universalizar: lo Antiguo maduró nuestra cultura occidental, y nos fecundó. Muy naturalmente, como un ser de naturaleza y como un ser de cultura, voy a sentirme cómodo, como en casa, en ese universo.
Pero entonces, ¡Peligro! Cómodo, demasiado cómodo en ese universo. Extranjero, demasiado extranjero, a la inversa tal vez.
Hay que buscar muy lejos las razones de nuestra relación con lo Antiguo. Muy lejos, es decir, en nosotros mismos, en lo más profundo de nosotros, algo nos relaciona con lo Antiguo, en nuestra individualidad, en lo que para nosotros es lo privado.
Arriesgo esta proposición que me va a servir de idea condicional. Lo Antiguo es nuestro inconsciente cultural (…). Probablemente, se puede sostener que toda cultura tiene su inconsciente que la hace vivir, soñar, regocijarse, sufrir, ya sea escrita u oral. Que la hace existir, en resumidas cuentas. Toda cultura tiene su Antiguo. Aquí, mi objetivo es examinar un poco el nuestro.