Somos huellas que cantan, y a veces ese canto es tan fuerte que puede horadar la greda hasta convertirse en mineral. Eso parecen decirnos estos poemas de Rolando Galante, poeta atento a las señales de la tierra, a sus lenguajes y designios. Quizá por eso Ariel Ferraro, Rodolfo Kusch y el “Cuchi” Leguizamón bendicen el libro con sus palabras, como un presagio de poemas en los que América y las culturas de sus pueblos originarios sobreviven en los vestigios del viento.
La celebración y el lamento, la esperanza y el luto, pero nunca la resignación. En esa clave, esta poesía transmite un paisaje transparentemente americano, plagado de certezas y detalles, en los que no arde la leña, si no su memoria, y en esa memoria que es fuego, el recuerdo de los antepasados, los que nos precedieron en el canto y en la búsqueda del misterio.
Pero no se trata solo del paisaje. También en esa invocación del paisaje está la lucha, y en esa lucha la rebelión de los vencidos, las voces anónimas que convertidas en viento siguen esculpiendo las piedras para regar con su sangre la sequía.
Poesía comprometida y necesaria, el poeta de Rojas nos vuelve a poner en la pista de lo que importa, nuestro ser presente con las voces del pasado para alumbrar un futuro que será de lucha, o no será. Vestigios de un futuro tallado en la greda, para que nunca olvidemos que en esas huellas de lo perdido también se puede vislumbrar el porvenir.
Carlos Aldazábal