Una niña de cinco años desaparece en condiciones misteriosas y el Pampa Bazán, subinspector de la Federal, recibe el encargo de encontrarla. El Pampa, entre otros nombres y apodos, es un rastreador solitario, y como tal camina. Está acostumbrado a meter la mano en la mierda -es su oficio- pero lo que le espera es largamente peor de lo habitual. Como en un juego de muñecas rusas, una dentro de otra, el destape de las figuritas lo obliga a una incursión en el horror. Un descenso a los infiernos del Dante sin un Virgilio que sea su guía. El escenario, protagonista en las mejores historias que se han narrado, es Argentina -durante el mundial de fútbol de 1978- cuando una dictadura genocida había dejado atrás todo límite ético y los muertos, torturados
sin presunción de inocencia, eran leña para quemar en los basurales.
Advertencia: esta novela no da respiro. No perdona. El único descanso posible es cerrar el libro, algo que un buen lector no puede, ni se permite, siquiera pensarlo. Bienvenido a esta incursión en el horror, magníficamente contado.
Raúl Argemí